No nos faltan más milagros para tener fe, sino más fe para ver los milagros…
Sin duda, en la declaración de la independencia argentina, el 9 de julio de 1816, participaron muchos hombres de fe. No sólo los clérigos, que siempre vemos representados en las pinturas de ese acontecimiento y cuyas firmas encontramos en el Acta, sino también los demás próceres, que en su mayor parte eran hombres de fe.
Ellos no se quedaron sentados esperando el milagro de la libertad, sino que trabajaron denodadamente por ella: desde el 25 de mayo de 1810 se venía luchando por una libertad que no fue declarada hasta no haber sido conquistada; hay aquí una gran enseñanza para los que gestionan hoy la cosa pública: primero los hechos, sólo después las palabras.
Seguramente la fe les permitió ver que lo que conquistaban, la libertad para toda una nación que nacía, era también obra de Dios que trabajaba con ellos.
Hoy también podemos ver que seguramente hay muchas personas que, como nosotros, se alimentan de la fe, y que cotidianamente se desviven por ser fieles a Dios en el mundo de la política y en todos los ámbitos de la vida ciudadana. Personas que experimentan la misma debilidad que encontraba San Pablo en sus propias fuerzas, pero también la misma fortaleza de Dios que los sostiene.
Y en todo esto no nos faltan más milagros, sino más fe para ver los milagros cotidianos…
Lo mismo podemos pensar viendo lo realizado por nuestro equipo de fútbol en este Mundial.
Una tentación peligrosa sería quedarse esperando que Dios, en la próxima oportunidad, ponga lo que de nuestra propia parte no alcanza: vaya uno a saber qué sería, ¿más «suerte», mejores jugadores, otros entrenadores, otros adversarios, otro clima, otros árbitros u otras reglas de juego?.
Pero la realidad es que lo que no pasó…deberíamos poder es admirar el trabajo de estos veintitrés muchachos que, junto con su equipo técnico y sus entrenadores, trabajaron siempre juntos, buscando cada uno el bien de todo el grupo antes que el lucimiento personal, postergando las ambiciones personales para privilegiar lo que convenía a todos, ocupándose de resaltar lo que los demás aportaban en vez de tratar de cosechar aplausos para los propios méritos cada vez que tuvieron un micrófono por delante. Pero nada de esto pasó…
Tratándose de un equipo de argentinos, ¿no tomamos conciencia de lo mucho que podemos hacer cuando nos decidimos a trabajar juntos, en vez de privilegiar los intereses individuales?…
No son más milagros, entonces, lo que estamos necesitando para que sea mayor nuestra fe.
De hecho Jesús, no pudo (o no quiso) hacer muchos milagros ante los que lo rodeaban y no tenían fe.
Yo creo que es porque si los hubiera hecho, esos milagros no les hubieran abierto los ojos, y no hubieran servido entonces para mucho. Más bien es al revés.
Jesús nos invita a la fe, que es siempre una respuesta libre al llamado de Dios.
Y es justamente la fe la que nos permite descubrir los milagros que suceden cada día.
Cada vez que dos manos se unen para construir juntos el bien, cada vez que la solidaridad puede más que el egoísmo, estamos frente a un milagro del amor.
Cada vez que se pasa por encima de las diferencias de color, de raza, de ideología y de los colores de una camiseta de fútbol para construir juntos en el amor, estamos verdaderamente ante un milagro.
Si vivimos en la fe y de la fe, seremos cada día testigos del milagro del misterio de la vida de los ancianos, de los niños y de los «medianos», que viene de Dios, y a través de la cual el mismo Dios nos llama al mayor de los milagros, la Vida eterna, hacia la que la fe nos ayuda a caminar…
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