Tres regalos para hacerte en esta Navidad 

Tres regalos para hacerte en esta Navidad: 

Silencio-Hacerle un lugar-Hacernos niños

Hay tres desafíos que nos pueden ayudar a preparar la Navidad, tres cosas que supuestamente deberían nacer de la misma fiesta, del mismo hecho. No hace falta que les diga qué es la Navidad.

Adviento, que es el tiempo que estamos viviendo, signifi­ca la «venida», «El que viene», bien traducido quiere decir «El que está viniendo» Con lo cual, normalmente la actitud que nace para el que está del otro lado si alguien viene es la espera.

Adviento, en primer lugar es tiempo de espera, que para nosotros cristianamente, se llamaría, más que espera, esperanza.

Es la otra espera, la espera del corazón, la que se tiene en el corazón frente al encuentro con Dios, o frente al encuentro de aquellas cosas que queremos o aquellas cosas grandes del cora­zón.

O sea que Adviento, en primer lugar es esto: es una fiesta de esperanza.

Hay tres exigencias sobre las que quisiera hablarles brevemente hoy.

Tres regalos para hacerte en esta Navidad: Primer regalo, el Silencio

La fiesta de Navidad es muy misteriosa, porque es la Palabra que se hace carne. Es éste el misterio que contemplamos, el que la Palabra tome carne: acampa ende nosotros. Si lo que viene es la Palabra, normalmente la primera exigencia frente a la Pa­labra, la primera actitud de recibir una palabra es el silencio.

Contra todo lo que parece, Adviento debería ser para nosotros un tiempo de silencio. Normalmente Navidad, y especialmente a medida que nos acercamos a la fiesta, ya sabemos lo que significa y el ruido que se arma. Ruido de casa, de organi­zación, de corcho que salta.

En Navidad normalmente la casa se nos llena de ruido y sin embargo, como fiesta interior del corazón, es tiempo de silencio. Adviento debería ser este tiempo, este mes en donde el Señor nos da pacientemente estos treinta días para hacer silencio. ¿Porque silencio? Porque la Palabra viene, y la Palabra necesita de silencio para ser escuchada.

Cuando uno habla en casa, lo menos que exige es silencio. Por ejemplo, cuando uno habla y el otro está haciendo cualquier pavada le dice: «al menos escúcha­me… «como diciendo, «no me trates de idiota», «no mires para el techo», «no comiences otra conversación porque entonces me he convertido en una maceta»

Humanamente la primera exigencia frente a nuestra palabra con los demás, que va adherida a la palabra, es el silencio. Es un mínimo. Si además ese silencio es reverente, cariñoso, acogedor, mu­cho mejor. El silencio es como la primera cosa humana frente a la palabra.

 Este es un silencio distinto, es silencio del corazón. Es un silencio que to­ca algo que está más profundo. La Palabra se hace carne y viene: ¡necesita un ámbito de silencio! En estos días que nos preparamos para Navidad, quizá la primera exigencia puede ser ésta, la gracia del silencio.

Quizás nos pueda ayudar recordar a aquél profeta del Antiguo Testamen­to que había triunfado. Había ganado la batalla con un grupito muy chiquito, y venía muy agrandado por haber vencido a los adoradores de los baales que eran los enemigos. Dios le dice que fuera a la montaña, que lo esperaba allí. Muy piola creyó que como el triunfo había sido tan estridente, Dios lo iba a felicitar en la montaña con fuegos artificia­les, caída de árboles, fuego por todos lados…

El profeta sube a la montaña a esperar el paso de Dios: primero vino un tremendo terremoto, con lo que el profeta pensó que venía el agradecimiento de Dios, y Dios no estaba allí; des­pués vino un inmenso incendio… y Dios no estaba allí, luego un viento tremendo, un tornado inmenso… y Dios no estaba allí. Después sopló una suave brisa, y aquél hom­bre se cubrió la cara y cayó en tierra… Cuando éí esperaba a Dios en la estridencia, lo grande, lo majestuoso; Dios, que ya se había manifestado en lo estridente, ahora, en cambio, lo esperaba en esta cita misteriosa en el silencio de una montaña, y no !c habló a través de cosas majestuosas sino que manifestó Su presencia en la suave brisa. Recién allí el profeta se dio cuenta que Dios lo había visitado. Quizás este hombre necesitó en la adolescencia de la batalla una manifestación sumamente poderosa del Señor, ahora en cambio, Dios lo lleva a la intimidad de! silencio y allí se le manifiesta, ya de otro modo: en el silencio.

Normalmente, en nuestra vida espiritual, este camino también hay que reco­rrerlo.

A veces a lo largo de la vida Dios se nos ha manifestado muy claramente, muy evidentemente, y después nos va hablando corno cada vez más bajito, pero no porque se apague (como si fuera una radio) sino porque va entrando más profundamente en el co­razón. Cuando un corazón va ganando en silencio (no en mudez, sino en silencio) es sig­no de que Dios como que va trabajando, entrando más en ese corazón.

Esa es la gracia que pedimos: que nuestro corazón gane en silencio en este tiempo de Navidad.

¿Qué hay que hacer para que haya silencio? Hay que quitar los ruidos. No los ruidos de la casa. No es hacer un silencio neurótico en casa, que nadie hable. Lis qui­tar los luidos del corazón. Quitar los ruidos de la vanidad,…de creernos más,…nuestras nemas donde muchas veces queremos que lodo e! resto del mundo gire en torno a nosotros, …nuestra competencia, …nuestra envidia lodo eso hace mido dentro del corazón y justamente cuando hacemos silencio nos damos cuenta. Uno cree que hay silencio y resulta que a veces el corazón es una scola do samba, como que uno quisiera frenarlo y él sigue con sus broncas, rencores, envidia, neura… y se pregunta quién frena esto, quién le pone una mano encima a este corazón que está tan lleno de cosas, ruidos, tan aturdido.

Le achacamos a los jóvenes el ruido de los tocadiscos, y a veces nuestro corazón se también convierte en un gran parlante que sacamos a la vereda, pero lo deja­mos adentro y nos auto aturdimos nosotros mismos muchas veces ..

Esta es la primera gracia, la del silencio. Y les decía que no es mudez, porque la mudez es la caricatura del silencio. Es sumamente agresiva. Por ejemplo, es cuando para hacernos ver en casa simulamos un silencio que no es silencio sino que por dentro seguirnos gritando. El marido se enoja con la jefa y entonces se sienta a la mesa… morfa mirando al infinito. ¿De qué manera nos ha­cemos sentir? Nos hacemos sentir con la mudez. Y la mudez anda a los gritos: la madre con el hijo, el esposo con la esposa… y a veces convertimos  nuestras casas en verdaderas islas…

Ese no es el silencio que el Señor nos pide en este tiempo de Navidad. No la mudez agresiva, del no diálogo… Porque la gran carencia de éste tiempo no es de palabras, al contrario, estamos pasados de palabras  Lo que está fallando es oído, alguien que escuche. Muchas veces lo que le falta a un hijo para no tener que andar guiando en la calle es que adentro alguien le ponga un oído. Capaz que no andaría espiando en la vereda, si en casa hubiera encontrado un oído un poco mas disponible. No habría tantos problemas de pareja o de padre e hijo si hubiéramos escuchado, demostrado al que tengo en frente a mí que no tengo apuro, que puede hablar hasta hartarse si quiere porque lo va­mos a escuchar. Nuestras mudeces y sorderas son a veces de oídos pero olías de corazón, no ofrecemos el ámbito para que la palabra de los demás ni siquiera se haga presente.

Él silencio que pedimos en este tiempo Navidad también que bajar a las cosas concretas de casa. Si vivimos gritando, no dejamos lugar a la palabra de los demás. Si no dejamos espacio en el oído para escuchar la queja o los elogios de los de­más, ollas palabras lindas o los insultos, o lo que sea, después no podemos pretender, cuando se nos van las cosas de las manos, decir «¿Porqué no me lo dijiste…?» -«Porque no me quisiste escuchar»-; «¿Y por qué no hablaste conmigo…?» -«Porque siempre es tal el apuro, siempre tenés que salir, siempre hay algo más importante, que entonces en vez de hablarlo con vos lo fui a hablar con quien no debía, en vez de buscar el calor de hogar busqué un falso calor en la vereda, en vez de refugiarme en el cariño de casa fui a buscar refugio;en la droga, las malas amistades…, en lo que sea.»-

¡Los ámbitos de silencio del propio corazón son necesarios para poder acogerla los demás en nuestra propia casa y en nuestro propio corazón. Hay corazones a los que uno ni pierde tiempo en acercarse, porque sabe que va a rebotar. A veces asusta cuando la gente nos dice; «Padre, no lo quiero molestar, porque usted siempre está ocu­pado». Esto puede ser peligroso para el cura, que quizá este dando la impresión de que está ocupado, esto aunque trabajemos. Pero cuando nuestro pueblo ya no se acerque a hablarnos…, hemos empezado como a clausurar puertas y le estamos quitando oído al pueblo…  Que nuestro pueblo encuentre también oído en el sacerdote. Cuántas veces nuestra gente va a buscar oídos en otros ámbitos, quizá por­que no han tenido una formación previa, entonces si no le abrimos la puerta y lo escu­chamos, muy bien, el pastor de la otra cuadra dijo que sí lo va a escuchar… y allá va. Dirán «pero ese hombre era católico»..Sí, peto este hombre en su iglesia católica rebotó, por el motivo que sea. Muchas veces nos rasgamos las vestiduras, pero los católicos no perdemos tiempo por otros católicos, mientras a veces los de las sectas pierden tiempo con otros de la secta. Dirán «descuidan otras cosas» Quizá sí, es cierto Pero no me conforma. Algo en nosotros que está faltando…

Esta es la gracia del silencio que no es mudez, Es el silencio que nace, o que se verifica cuando un hombre o una mujer después de hablar, queda solo. Ahí se ve si su silencio realmente es silencio de Dios o no. Cuántas veces después de ha­blar, al quedar después en la soledad, uno se empieza a sentir mal, hay algo que siente que no anduvo. Cuántas veces, en cambio, después de hablar uno vuelve a la soledad y siente paz, la sensación de que realmente se habló bien, y que la palabra nació del silencio del corazón. O sea, nuestras palabras van a ser elocuentes cuando se gesten, cuando naz­can, del silencio.

Cuando un corazón no tiene silencio, desborda de palabras, harta, y en­tonces las palabras empiezan a hacerse desmedidas, empiezan a agredir o empiezan a viciarse, es decir, no dicen nada. Y es lo que le pasa muchas veces a este mundo de hoy, asqueado de palabras pero sin contenido, vacío, nadie escucha nada. Lo mismo pasa con la palabra de madre, padre, esposo, jefe, empresario, hombre de fábrica, vecino, catequis­ta… Cuántas veces la mamá repitió mil veces lo mismo, y ya no se escucha…

Porque repetimos tantas veces lo mismo, que al final ya no entra ni una palabra más…

En cambio, cuando un corazón es silencioso, cuando no le tiene miedo al silencio y antes de hablar se anima a hacer silencio y rezar, cuando habla su palabra es elocuente porque es elocuente su silencio.

Revisen en su vida, cuántas veces las palabras más fuertes, más aleccionadoras las hemos recibido de hombres y mujeres silenciosos. Esos hombres que quizá no hablan mucho, aparentemente están papando moscas y de golpe nos dicen una que nos fulmina. Cuántas veces a nosotros, los sacerdotes, nuestras (hablando ¡muy cariñosamente) viejas del barrio con dos palabritas nos bajan la cresta. Con términos muy sencillos, con palabras de campo, pero nos cantan la justa. Quizá des­pués vuelve al silencio, a la oración, reza por nosotros, y uno siente que realmente dijo lo que tenía que decir. Qué lindo sería que esto mismo también se diera en nuestra casa.

Primera gracia: el silencio. Si viene la Palabra, ella exige de nosotros un espíritu de silencio.

Un poeta italiano, periodista, escribe al final de su vida: «Llegó un punto en donde encarnando a Jesús me di cuenta que toda mi vida fue palabrería, que he vivido hablando, que me he y he cansado a los demás con tantas palabras. Cuando he conocido verdaderamente la Pa­labra, como que todo esto se puso en su sitio. El Señor hizo que se calle mi corazón y que realmente la Palabra habite allí…»

Pidamos entonces al Señor la gracia del silencio.

Tres regalos para hacerte en esta Navidad: Segundo regalo, el lugar para que Jesús pueda nacer. 

 

Si alguien viene, hay que hacer lugar. En la Misa Criolla lo cantamos “Háganle sitio”. Es quizá uno de los desafíos más difíciles.

Francisco Luis Bernárdez, uno de los poetas más grandes que ha visto este siglo, decía con mucha sencillez:

Mientras el Señor errante

pedía en tu puerta hogar,

para convertirlo en cielo

por toda la eternidad,

tú, con la puerta cerrada,

no lo dejabas entrar.

Pídele perdón, amigo,

pídele perdón,

si ya tienes corazón.

Mientras el Señor hambriento

pedía en tu puerta el pan

que luego convertiría

en la hostia del altar,

tú, con la puerta cerrada,

comías el tuyo en paz.

Pídele perdón, amigo,

pídele perdón,

si ya tienes corazón.

Mientras el Señor pedía

de puerta en puerta un lugar

para nacer y salvarte

de tu propia soledad,

tu con las puerta cerrada,

preferías tu orfandad

Pídele perdón, amigo,

pídele perdón,

si ya tienes corazón.

                        Navidad es el desafío de esta imagen bellísima de José, de María embarazada, que no tiene lugar en la casa de José en Belén, para que María pueda dar a luz. Esto que sucedió históricamente, se vuelve a repetir también espiritualmente. Cristo pasa…, José y María pasan…, y golpean suavecito. No son comando radioeléctrico. No van a allanar la casa, no van a voltear la puerta. Sino que es un golpe suavecito, lleno de ternura, que exige de nosotros justamente el que hace silencio para poder abrirles.

Qué triste sería que en nuestra Navidad tengamos que decir: “Yo estaba, pero no golpeo nadie mi puerta…” Y quizá si golpearon, lo que pasa es que adentro es tal el desorden, que ni siquiera escuchamos el golpecito que han dado en nuestra puerta… Cristo no voltea puertas a nadie. Golpea y pasa…

Navidad es tiempo de preguntarnos con sinceridad por esta gracia y de pedirla: ¿Cuál es el lugar que hay que hacerle? ¿Cuál es la puerta que hay que abrirle?

Lo fundamental es el lugar en el corazón. Porque el que es el Rey de la Paz muchas veces encuentra en nosotros tanta guerra, que no se siente en su sitio, no encuentra el pesebre que él necesita en nuestro propio corazón para nacer. Él, que viene a traer la paz… encuentra guerra, viene a traer la luz… nos encuentra llenos de tinieblas, viene a traer la ternura… nos encuentra agrediendo a todo el que se nos cruza,… y entonces, no encuentra un lugar. ¡Háganle un lugar! ¡Hagamos un lugar! El  lugar que el Señor necesita para nacer.

Hacerle un lugar en nosotros significa quitar del corazón aquello que está ocupando el lugar que el Señor debería ocupar. ¿Qué es lo que tengo que tirar por la ventana para que entre el Niño? ¿Qué es lo que le está ocupando el sitio al Niño?

Así como Jesús mismo se encargó de echar a los mercaderes del templo y de sacarles a patadas las mesas, las palomitas, la vaqueta, y hacerle sitio a Dios, en Navidad el desafío es para nosotros. ¿Cuál es la parte del corazón que necesita el Señor habitar para nacer y que nosotros nos hemos obstinado en no dejarle lugar? ¿Cuál es aquella zona del corazón que tenemos que trabajar, porque está copada, no hay sitio para Dios?

A veces puede ser todo el corazón y a veces son zonas. Puede ser la esperanza,… puede ser la oración,… el amor,… la capacidad de perdón,… la capacidad de reconciliarse con alguien que se ha alejado de nosotros. ¿Cuál es el ámbito donde el Señor esta vez quiere nacer?. Y a veces se empecina en nacer justamente nos hemos llenado más de cachivaches. Entonces, hay que quitar de ese espacio el cachivachero que no permite que el Señor nazca.

Hoy un cuento terrible de Cortázar que se llama “Casa tomada”. Es una casa de campo, todos los cuartos están unidos por una puerta, hasta el fondo. De un lado, los patios, del otro, todos los cuartos con una puerta para el fondo. En esa casa, que tenía como siete cuartos para el fondo, vivían dos viejitos y tenían su lugar en el último cuarto. Estos viejitos, empiezan a sentir que hay fantasmas. Se asustan y deciden pasarse al cuarto inmediatamente anterior. Meten un ropero contra la puerta del último cuarto, le cruzan dos maderas y lo clausuran, como diciendo “los fantasmas quedaron allá”. Al tiempo, empiezan a sentir que los fantasmas han logrado cruzar, han venido para este cuarto, y los viejitos hacen lo mismo: clausuran este cuarto se mudan al inmediatamente anterior. Y así sucesivamente. Los viejitos se van yendo hacia la puerta, y el cuento termina terriblemente: ellos dos en la vereda, abriendo la ventanita de esa casa vieja y tirando la llave hacia adentro…

“Casa tomada” por fantasmas. Ustedes dirán que es fantasía. Y no es fantasía, porque fantasmas son para nosotros muchísimas cosas. Hay gente que tiene la casa del corazón tomada por los fantasmas del temor,… del miedo,… del rencor,… de lo que puede llegar a suceder,… de las envidias. Son todos fantasmas. Otro autor, Arturo Capdevila dice: “Tristemente, hay hombres vencidos por fantasmas…

Cada uno de nosotros tendrá que quitar del corazón el fantasma que a veces hace que la casa esté como cerrada en cierta zona. Y entonces hacerle sitio.

¡Háganle sitio!. Desafío muy lindo y a la vez, a veces, qué difícil. Este Niño, que necesita tan poquito sitio, y sin embargo a veces se nos hace tan difícil hacérselo.

Tres regalos para hacerte en esta Navidad: Tercer regalo, el hacernos niños. 

El tercer desafío es justamente la gracia de hacernos niños para poder recibirlo. Así como el primer desafío es el silencio y el segundo hacerle lugar, el tercero es que nuestro corazón se haga niño. Va unido a lo anterior  y quizá sea la parte que mas nos cuesta.

Cuando tuve la gracia de Dios de peregrinar a tierra santa me llevé un chascazo al visitar Belén. Soñaba con encontrarme la gruta donde nació Jesús …. y nos encontramos con la gran Basílica de la Natividad. Si yo tuviera que elegir uno solo entre los recuerdos de la ciudad de Belén sé que me quedaría sin vacilar, con el de la puertecilla de entrada a la Basílica  de la Natividad, aquella puerta de solo un metro veinte de altura por la que solo un niño puede pasar sin agacharse.. (Natividad es propio de la Iglesia ortodoxa; la Iglesia ortodoxa no utiliza el término Navidad porque es propio de la Iglesia Católica)

Cuando uno llega a la Basílica de la Natividad, sucede que se encuentra con una puertita que mide un metro veinte y es también muy angosta. Al verla, uno piensa: ¿Semejante catedral, Basílica de Navidad, y esta puertita?”. El guía explicaba que la historia es de la Edad Media, cuando se metían a caballo los jenízaros (los bárbaros) y cortaban cabezas adentro. Entraban tipo malón y le cortaban la cabeza a todos los cristianos que estaban rezando. Esta puertita se hizo en la Edad Media. El guía explicaba Pero yo no le oía. Estaba descubriendo en mi interior otra razón más alta: que a Dios sólo se le puede llegar de dos maneras: o siendo niño o agachándose mucho. No empinándose, sino inclinándose… A Belén, al Nacimiento de Cristo sólo entran erguidos los niños, y los grandes solamente agachándose mucho. Esta gracia es, de un modo especial, la que pedimos en este tiempo de Navidad.

“Hacernos niños” significa justamente agacharse, bajarse de cosas donde nos hemos subido muchas veces: nuestras importancias…, nuestros orgullos…, creer que somos más…, falta de servicios…, querer el aplauso fácil…, buscar el elogio…, “agradecimiento merecido” entre comillas, etc., etc… Navidad es un tiempo que para poder entenderlo, hay que agachar mucho la cabeza, sino no se logra entender la Navidad. Porque es justamente el misterio del servicio y del abajamiento más grande que ha habido sobre la tierra. No hay ningún gesto de mayor agacharse del de Dios que, por nosotros, toma carne y nace entre nosotros. No hay ningún gesto mas grande de humildad que el de Cristo por nosotros.

Por lo que si ése es el gesto de Él por nosotros, nuestra respuesta tendrá que ser exactamente la misma. Cada uno a su propio nivel.

La gracia de pedirle a Dios que nos abaje, que “nos baje los humos”, que nos dé la gracia como de recuperar… Un niño nunca anda así. Puede ser que se pelee por algo, pero un niño no tiene orgullo. Navidad es eso, es fiesta de niño.

¿Qué pedimos cuando pedimos un corazón de niño? Fundamentalmente cuatro cosas.

La primera cosa que pedimos al pedir un corazón de niños es la capacidad de admirarse. Es lo propio de un niño.  Vean a un niño frente a un pesebre y lo van a entender. Se les agrandan los ojos, le brillan, y además pareciera que hay una especie de sintonía, como si esto fuera familiar.

Recuerdo que, en la Parroquia, habíamos armado un pesebre hermoso y entraba gente llevando a los chiquitos. Uno grupo me llamó la atención … entraba el papá todo agrandado, todo almidonado, y dejaba al chiquito como diciendo “entretenete un rato”. El chiquito se comía el pesebre con sus ojitos, y el papá atrás, pero empezaba a relojear de costado. Al ratito, también él estaba metido. Le explicaba como diciendo “traje los chicos”, pero de a poquito… iba entrando. Yo me divertía viendo por un lado la cara de los niños, y por otro lado, viendo como de a poquito, a través de las preguntas, sus mismos hijos lo fueron metiendo al pesebre y al rato el nene dice: “Papá, ¿vamos…?”, y el papá es el que no se quiere ir.

Se entiende Navidad, cuando un corazón se anima a volverse niño de nuevo. Cuando se anima a ponerse frente al pesebre, a gozar, a recordar, a recuperar esa ternura de niño que a veces nosotros hemos supuesto que tiene que quedar allá, en la infancia, y que ahora, de grandes, tenemos que ser todos vivos, inteligentes, duros, sin sentimientos, agrandados y almidonados….  y así nos hemos vuelto muchas veces verdaderas lápidas. Si nuestro corazón no recupera la ternura el mundo va a seguir como está, porque si hay alguna carencia inmensa en este mundo justamente es la falta de ternura.

Lo primero es esta capacidad de admirarse. La segunda cosa que pedimos al pedir un corazón de niños es la gratitud. Un niño vive siempre agradecido. Incluso no distingue entre pedir y agradecer.

Para los chicos, pedir y agradecer es una misma cosa. Un niño pide y agradece a la vez. Pide, y cuando le ha dado, puede entregarlo inmediatamente, porque sabe que le van a dar. Que es lo que los grandes no hacemos. Nosotros pedimos, y los escondemos abajo del colchón, por las dudas la próxima vez ya no nos quieran dar. Un niño nunca hace eso, y si lo hace es por jugar, no por ahorrar. Nosotros pedimos, pero a veces hemos perdido la capacidad de agradecer. Para ellos es una misma cosa, porque el niño vive en estado de agradecimiento porque todo le es dado. Ésa es la clave del niño. Sabe que todo le es dado, que vive continuamente en estado dependencia amorosa de sus papás.

La tercera cosa que pedimos al pedir un corazón de niños es la capacidad de recibir todo lo que se nos da.  En la oración por la familia de la Madre Teresa rezamos: “Ayúdanos, Padre Amado, a recibir todo lo que nos das y a dar todo lo que quieres recibir con una gran sonrisa”. Y esta debería ser la actitud nuestra respecto a Dios. Capacidad de admirarse, de agradecer, capacidad de receptividad, es decir de recibir, abrir las manos y por otro lado, esa despreocupación que tiene el niño respecto al tiempo. Un niño nunca está ansioso por el tiempo, sino que agota en un segundo la eternidad. Denle a un niño un juguete y van a ver que no se fija hasta que hora va a jugar, en el segundo que lo tiene entre las manos pareciera que puede venirse el mundo abajo, él está con su juguete y punto. Lo deja y va a comer, y puede comer con la misma atención. En cada gesto mete el corazón en plenitud.

En cambio nuestros tiempos se han vuelto tan tramposos. Negociamos mal el tiempo. Para Dios, por supuesto, no hay tiempo, no hay tiempo para rezar. O si hay son los últimos minutos del día, cuando ya estamos casi en calidad de paquete, entonces el último suspiro es para Dios como diciendo “aunque no lo creas no me olvido de vos”. ¡Que trampa! Que trampa para Aquél que nos da la vida, las cosas de cada día, el amor, la felicidad, quede siempre relegado a los últimos diez minutos de fuerza que nos queden en el día. Mientras tanto, hemos perdido hora y media en el banco…, hora y cuarto en el dentista…, horas para juegos, salidas y diversiones … Todo muy bueno, pero para ir a hablar con Dios, para ponernos en Su presencia, para hacer que Él pacifique nuestro corazón, lo silencie, lo vuelva niño, le devuelva la ternura…, le dejamos los últimos minutos del día. Si no hay tiempo para Dios no tenemos un corazón de niños; nos hemos vuelto “viejos”, hemos perdido la capacidad y el corazón que recibe todo con alegría, negociamos mal nuestro tiempo…. y nos quedamos “viejos” y vacíos…Que este tiempo de Navidad sea también tiempo en donde seamos niños con el tiempo. Ser niño no significa que de golpe mañana no vayamos a trabajar porque nos agarró la ternura. El punto es que en los momentos que tengamos frente a Dios, el corazón realmente se silencie y se ponga frente a Él. Que sea ésa la gracia que le pidamos.

La cuarta cosa que pedimos al pedir un corazón de niños es tener memoria de nuestra niñez. Es necesario ir dejando en nuestro corazón que, de a poquito, surja el niño en él. Un niño que está en nuestro corazón. No se trata de ser infantiles, jugar a niño, lo que es muy triste. Como esa gente grande que de golpe empieza a hablar como niño. Eso no es niñez, es zoncera… No es jugar a niño zonza mente sino que el corazón se vuelva niño. El animarse en este tiempo a recuperar el corazón de niño es una exigencia necesaria. Y el niño está. Está tapado, amordazado, atado a una silla, le hemos prohibido hablar…, pero el niño está en el propio corazón. Y Navidad es animarse no sólo a hacerle sitio el Niño Jesús que viene, sino también sitio al niño nuestro, que está adentro y que muchas veces está reclamando un espacio más digno. Dostoievski decía que “el hombre que guarda muchos recuerdos de su infancia, ése está salvado para siempre”. Un hombre grande se salva, no por los recuerdos de grande ni por sus vivezas cuando fue grande, sino que se salva en la medida en que aún con sus grandes habilidades y logros, todavía en su corazón y en su cabeza recuerda momentos de niñez que le vuelven a dar fuerza para seguir viviendo de grandes con los títulos, los bienes, la fama …. o con lo que sea. Es decir, se vive dignamente cuando un corazón puede volver hacia atrás y tener memoria de niñez.

Ustedes saben cómo en Navidad, el recuerdo de aquellas Navidades de niño nos hacen tanto bien. También nos traen sus tristezas, pero al corazón le hace mucho bien recordar la ilusión de nuestras Navidades cuando éramos niños… La abuela que venía,… del mangazo que le pedíamos,… la tía que venía de lejos,… el tío soltero que siempre nos traía… Tantas cosas que se juntan en Navidad y que hacen a la memoria de familia. Porque Navidad es tiempo de memoria de familia. La familia se convierte en el templo donde uno puede volver a su niñez y reconocer que realmente Dios ha cuidado y bendecido a lo largo de los años.

            Y Navidad es el desafío de dejar frente al Niño la propia vejez. No la de los años, sino la otra: la vejez que uno le ha ido metiendo al corazón, que hace que muchas veces ya no se admire, no agradezca, no intente la ternura, no se anime a recordar cosas de niño y nos hace estar entumecidos y endurecidos. Que es Señor nos ayude a pedir mucho esta gracia.

Que estas sean las gracias que pidamos:

  1. Pedir al Señor la gracia del silencio, para que la palabra encuentre sitio.

  2. Pedir al Señor la gracia de hacerle sitio en el corazón y de quitar lo que Él está pidiendo que quitemos para poder nacer.

  3. Pedir esta gracia, quizá la más difícil, pero la más necesaria, de que nuestro corazón se anime de nuevo a ser niño, cueste lo que cueste.

  4. Para que nuestros propósitos sean vida y no solo buenas intenciones…. ¡ qué mejor que ponernos en las manos de la Virgen pidiéndole con mucho cariño que sea Ella quién nos acompañe al pesebre en esta Navidad !!!!

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