No hay Navidad sin lugar para Jesús
No hay Navidad sin lugar para Jesús
¿Qué nos relata el Evangelio?
Esta narración así contada, y que hemos oído y meditado innumerables veces, especialmente al llegar la Navidad, plantea dos serios problemas.
El primero es que no concuerda exactamente con el Evangelio de san Lucas, del cual está tomada.
En efecto, este en ninguna parte dice que María haya llegado a Belén casi a punto de dar a luz. El texto sólo afirma: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí se le cumplieron los días del alumbramiento»
Tampoco cuenta el Evangelio que la pareja haya andado de casa en casa y de posada en posada buscando alojamiento. Esta es una simple deducción por el hecho inexplicado de que Maña haya dado a luz en una cueva destinada para refugio de los animales, y porque se afirma que «no había para ellos lugar en la posada»
¿La imprudencia de José?
El segundo inconveniente es la gran cantidad de interrogantes que suscita.
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a) Si José venía para una breve práctica administrativa, y teniendo en cuenta que en aquella época no era obligatorio para la mujer presentarse en el despacho del censo porque bastaba el jefe de la familia, ¿para qué llevaba a María hasta Belén?
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b) ¿Cómo fije tan imprudente de esperar hasta última hora, y viajar cuando ella ya estaba casi a punto de dar a luz?
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c) El varón justo y previsor, ¿no fue capaz de prever un lugar más decente para el alumbramiento de su esposa, sabiendo que el que venía al mundo era nada menos que el Hijo de Dios?
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d) Si él mismo era de Belén, y volvía a su propia ciudad, ¿cómo se explica que no encontrara una casa donde alojarse?
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e) Considerando que para los pueblos de Oriente la hospitalidad era un deber sagrado, en el que estaba en juego el propio honor, ¿no resulta extraño que nadie le abriera las puertas a José, ni siquiera un pariente, aun viendo el estado de María?
Y todo por una palabra
Estas preguntas indican ya que, así planteadas las cosas, estamos en un callejón sin salida. Pero todo el problema radica en que hemos hecho una lectura errónea del Evangelio, a la cual hemos agregado luego mucho de imaginación sobre lo que el texto cuenta.
La culpa la tiene una palabra que, al ser mal traducida, creó confusión, y así estimuló la fantasía de generaciones de lectores.
Se trata del vocablo griego «katályma», que la mayoría de las Biblias traducen por «posada», «albergue», «hospedaje». Así traducida esta palabra, la frase del Evangelio dice que «no había para ellos lugar en la posada».
Pero en el griego bíblico esta palabra tiene también otro significado, y es el de «habitación», «cuarto», «pieza», es decir, una parte especial de la casa más bien apartada, o reservada.
La «katályma»
¿Qué era realmente la «katályma», en donde no había sitio para ellos? Para entender bien el sentido del Evangelio de Lucas, debemos ubicamos en el ambiente de Palestina, donde las casas no constaban de varias habitaciones como pueden tener las nuestras actualmente.
Con la precariedad de la edificación de entonces, las viviendas tenían tan solo una habitación central, en donde había de todo: armarios, herramientas, asientos, despensas, cocina.
Y donde, llegada la noche, se extendían los felpudos para el reposo nocturno, cada uno en su lugar preferido.
Esta habitación central era, pues, el pequeño mundo doméstico alrededor del cual giraba toda la vida del hogar y el movimiento de las personas, más o menos como los cuartos de muchos de nuestros hogares campesinos.
Pero además de la sala principal, las casas tenían adosado algún ambiente más pequeño, reservado, a veces empleado para depósito, o para eventuales huéspedes, con separadores agregados para mayor privacidad.
La pieza de las parturientas
Esta habitación servía sobre todo para cuando en la casa había alguna parturienta. Porque en Israel, cuando una mujer daba a luz un hijo quedaba impura durante 40 u 80 días, según fuera varón o mujer, por la pérdida de sangre que había sufrido. Y los objetos que ella tocaba, el lecho donde reposaba, o incluso cualquier lugar donde se hubiera sentado, quedaban impuros. Y si alguno tocaba a la parturienta, o entraba en contacto con algún utensilio rozado por ella, caía automáticamente en la impureza (Lv 15, 19-24).Y para los judíos una persona impura quedaba aislada socialmente, menguada ante Dios y ante los demás; no podía acudir al Templo, ni relacionarse con nadie, hasta tanto terminaran los ritos de purificación, que eran complicados y llevaban su tiempo.
De ahí las precauciones que se tomaban en cada parto, y el porqué se hacía residir en la «katályma», es decir, en una habitación apartada de la casa, y no en el ambiente común, a la que acababa de ser madre.
Así, todo es más claro
Ahora supongamos por un momento que el evangelista Lucas, cuando escribió aquello de que no había lugar en la «katályma», no estaba pensando en una posada, como traducen ordinariamente las Biblias, sino en la habitación de una casa particular, que es la otra posibilidad que ofrece esta palabra griega.
Entonces, se aclaran de golpe todos los interrogantes, el texto evangélico aparece más coherente, y la figura de José vuelve a adquirir relieve como padre responsable y esposo prudente. Empecemos, pues, a leer ahora todo el relato del Evangelio a la luz de esta nueva explicación, sin interpretaciones arbitrarias ni añadidos espurios.
Con una mujer en estado interesante
Habiéndose enterado de que el emperador de Roma había ordenado un censo, José, que momentáneamente residía en Galilea, decidió volver a Belén, puesto que él era de allí (Lc 2,4).
Lo más natural hubiera sido dejar en Galilea a su joven esposa María, ya que no era necesario que compareciera ante las autoridades del censo. Si la lleva consigo a pesar de la condición en la que se encuentra, es porque piensa radicarse definitivamente en Belén. Lo cual es lógico, teniendo en cuenta que él era de esta ciudad y que aquí tendría su parentela, sus bienes y sus posesiones. Si, pues, José tenía domicilio en Belén, entonces es justo pensar que traía a María para que se estableciera en su propia casa. Para ello se pusieron en marcha con tiempo, con la prudencia de los santos y para evitar las dificultades de último momento. El viaje les habría llevado unos diez días, por el camino largo y accidentado de entonces, y habrían arribado a su patria varios meses antes del parto.
La intimidad de una cueva
En este punto, afirma el Evangelio que «mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento» (Lc 2,6).
Pero era la época del censo. Muchos betlemitas que habían regresado de todas partes colmaban la ciudad instalados en las habitaciones de las hospederías y casas particulares.
También María y José habrían alojado en todas las dependencias de su casa a parientes y amigos.
Es entonces cuando, próxima a la hora del parto, María advierte que no había lugar donde dar a luz digna y discretamente, sin molestar y sin ser molestada, y sobre todo sin convertir en impuros a todos los habitantes de la casa. Es decir, no había lugar en la habitación reservada de la casa, en la «katályma». Por ello, sin ofender a ninguno de sus parientes, se retiraron a la gruta-establo, que todas las casas de Belén tenían, y aún tienen, para albergar a los animales.
Y allí, en una gruta de su propia casa, adaptada como refugio ya decentado por José lo mejor posible, poco después María dio a luz a un niño. Las demás mujeres la ayudaron a envolverlo en una frazada. Y como cuna tomaron un pequeño pesebre, es decir, un cajón donde se ponía el alimento para los animales domésticos, lo limpiaron bien, le pusieron heno fresco y lo cubrieron con un paño. Es esto lo que se deduce si leemos el texto, que correctamente traducido ahora dice: «Y dio luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían lugar en la sala» (Lc 2,7).
«Para ellos», no había lugar
Por eso a continuación el evangelista Lucas, siempre preciso en sus detalles, aclara que no había lugar, pero sólo «para ellos».
Lo cual indica que para otros sí hubiera habido un lugar cualquiera para descansar, ya que las camas en Palestina no son sino una estera extendida en el suelo.
Pero para ellos, que debían observar las prescripciones de la Ley judía, referentes a la impureza ritual, para ellos no. Más aún, se podría agregar: para ellos, tan reacios a molestar; para ellos, tan delicados y tan persuadidos del Misterio que custodiaban celosamente, para ellos, no había lugar en medio del vaivén, del ruido y de la promiscuidad que reinaban en la parte superior de la casa.
Es decir que fue en una de las grutas destinadas para establo de la casa de familia de José en Belén, donde tuvo lugar el nacimiento del Mesías.
Que en el griego de Lucas la palabra «katályma» significa la habitación reservada de una casa, y no una posada, lo confirma el episodio de la última cena.
Cuando Jesús da las instrucciones a Pedro y a Juan para llegar hasta una casa de la ciudad y preparar la Pascua, les indica: «Y díganle al dueño de la casa: dice el Maestro ‘¿dónde está la sala (katályma) en la que pueda comer la Pascua con mis discípulos?»‘
Es decir, que Jesús no celebró la última cena en ninguna posada sino en una casa, cuyo dueño le preparó una habitación reservada para él y sus apóstoles.
Más pruebas
Y lo confirma la parábola del buen samaritano. Cuando Lucas relata que aquél llevó al herido hasta una posada, usa la palabra «pandojéion» para referirse a ella, y no «katályma». Si, por tanto, cuando Lucas usa la palabra «katályma» no piensa en una posada sino en una habitación reservada de una casa, debemos pensar que en el relato de María y José esa palabra debía tener tal significado.
Finalmente, la tradición arqueológica comparte este modo de pensar. En efecto, en la ciudad de Belén todavía existe la gruta que durante siglos ha sido identificada por los peregrinos como la del nacimiento de Jesús. Y todos los estudios arqueológicos que se realizaron en tomo a ella revelan que no se trata de una cueva cualquiera, perdida en el meandro de algún sendero palestino, sino incorporada a una vivienda como recinto estable. En lugar de aquella casa, hoy se ha construido una majestuosa basílica que la conmemora.
Un José como Dios manda
Algunas parroquias, cuando llega la Navidad, suelen teatralizar el episodio navideño con escenarios infantiles, en los que María y José, después de ser rechazados de varias partes, terminan amparándose en un establo, donde puede nacer el Niño.
Este cuadro, con la llegada a Belén a última ahora y de noche, golpeando atolondradamente las puertas de las casas y posadas, y recibiendo un rechazo en todas partes, pinta la figura de un pobre José inconsciente, obrando con negligencia, y cuya torpeza casi le vale un mal parto de su esposa. Pero en realidad se trata de una triste deformación.
José de Belén fije un verdadero padre para Jesús y un auténtico esposo para María, y su papel resultó esencial en el plan de Dios.
La enseñanza que quedó
Para nacer, Jesucristo tenía preparada su habitación, su techo, su casa. Eran suyas. Su padre legal, José, se las había aprontado para cuando él viniera a este mundo.
Pero por razones circunstanciales, en el momento de su alumbramiento había otros que la necesitaban.
Entonces José, con un gesto decidido determinó dejar el lugar previsto y bajar al tosco establo.
Dicen los psicólogos que las experiencias prenatales influyen de un modo terminante en los niños.
Sea como fuere, este suceso, que ilustra desde un principio la educación que recibiría Jesús en su hogar, habría de marcarlo para siempre.
Jesús no nació pobre porque las circunstancias así lo exigieron, sino por una opción libre de José.
Y cuando creció, decidió abrazar perpetuamente la pobreza, a la que fue fiel durante toda su vida.
Vivió pobre, compartió lo que tenía, se rodeó de los más necesitados, comió lo que le daban, y murió en la más absoluta indigencia.
Jamás exigió nada para él. No quiso ocupar algo que a otros podría hacerles falta.
Se lo vio aplicar constantemente el principio de que si alguien necesitaba su habitación, él debía bajar al establo.
Al fin y al cabo, su padre José se le había enseñado.
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