Comunidades religiosas de nuestro país acercan reflexión al inicio del proceso electoral
Comunidades religiosas de nuestro país
acercan reflexión al inicio del proceso electoral
En torno a la fiesta patria del 9 de julio, los representantes de las comunidades religiosas
de nuestro país, acercamos estas reflexiones previas al inicio del proceso electoral. Elegimos
esta fecha porque como comunidades creyentes valoramos hondamente las tradiciones. De
las raíces viene la fuerza que nos hace crecer, florecer y fructificar.
En las fechas patrias cantamos en el himno: «Oíd el ruido de rotas cadenas». Aquí no hay
solo memoria del pasado, sino un anhelo de libertad. Estamos cantando un deseo, un sueño.
Y la memoria de esta fecha es a la vez recuerdo de que no hay libertad sin fraternidad.
Porque “nuestras” guerras de la Independencia son las mismas que condujeron a las
independencias de los países vecinos y hermanos. El pueblo argentino nace en el espacio
fraterno de la solidaridad latinoamericana que no puede ser borrado de la memoria histórica.
Un pueblo que a lo largo de más de dos siglos se ha enriquecido por las diferentes
migraciones, con sus riquezas culturales y religiosas.
Elegir autoridades nos pone frente a la inmejorable ocasión de entablar un diálogo acerca
de nuestro presente y nuestro futuro, que represente la esperanza que tenemos para nuestro
país. La cultura del diálogo como camino, el respeto del otro como conducta, y el tener dentro
de cada proyecto a los que más sufren la pobreza y la exclusión como criterio y método,
deben ser prioridades. No hay verdadera libertad sin fraternidad, y esta no se da sin la
concreta realización de los derechos sociales.
El proceso electoral no debe significar una crisis, ya que es simplemente algo que ocurre
indefectiblemente en las democracias. Ahora bien, es necesario revitalizar la democracia,
no reduciéndola a un acto eleccionario. La democracia se atrofia, pierde representatividad,
se va desencarnando si deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad y en la
construcción de su destino. La política colabora para que el pueblo se torne protagonista de
su historia y así se evita que las llamadas “clases dirigentes” crean que pueden dirimirlo todo.
A quienes aspiran a la responsabilidad que implica una candidatura, les pedimos presentar
con claridad y realismo sus ideas y proyectos, sin caer en agresividades innecesarias que
terminan desacreditando las propuestas. La política es la vocación más alta del hombre en
comunidad y nos permite construir la anhelada fraternidad. Debiera revestir un carácter
altruista y no reducirse a desprestigiar a los adversarios ni a un juego superficial de
intercambios vanos. Podemos hacerlo.
La transparencia y honestidad personal, junto a la transparencia en el rol institucional de
cada uno de los poderes tiene una relación indisoluble con el bienestar y la confianza de los
ciudadanos. El funcionamiento deficiente de los poderes produce un alto costo social. El
poder judicial en particular no debe dejar duda alguna de su plena independencia y
desvinculación del ámbito político.
En asignaturas nodales, que constituyen el eje de las diversas problemáticas presentes en
nuestra nación, y si queremos empezar un verdadero camino de recuperación, hay que salir
de una vez por todas de la era del diagnóstico. Todos y cada uno de los habitantes de este
país sabemos que: la pobreza estructural, el narcotráfico, la creación de empleo, el cuidado
de la vida, la crisis ambiental, la educación inclusiva, la inflación, la reivindicación de los adultos mayores y la protección absoluta de la niñez, son temas que se resuelven con
políticas de estado más allá de la alternancia, entendiendo que los logros de cada período
deben tener continuidad. La nación ya ha sido fundada, no se refunda ni cada cuatro ni cada ocho años.
Como comunidades creyentes podemos afirmar que la gloria de Dios es que el ser humano
viva, es decir que se realice, que salga adelante, que crezca, que se desarrolle. Como
hombres y mujeres de fe en el Dios Misericordioso, tenemos un compromiso profético en
nuestro mundo de hoy. Nuestra tarea es ayudar a recordar que detrás de las cifras – a veces
parecen preocupar sólo si suben demasiado-, y de las crisis, hay rostros, nombres e
historias. Esto en una invitación permanente a poner en el centro de la acción social y política
a las personas más desfavorecidas. Solo así será posible la amistad social y la fraternidad.





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